jueves, 25 de agosto de 2011

La evolución de la sombra

 

Mi relación con mi sombra se ha trasformado con el tiempo:

Primero no sabía que tenía una sombra: una parte de mí a la que no le da luz, una parte de mí que no mostraba a los demás. A veces ni a mí mismo. Esta primera etapa se caracterizó por un desconocimiento total de la existencia de mi sombra.

La segunda etapa fue descubrir que sí existía mi sombra, y que estaba tan reprimida, que podía concebirse (figurativamente y no) como un ser encadenado en el fondo de un calabozo de mi mente. Siempre gritando, siempre enojado  y escondido.

Realicé constantes esfuerzos de forma muy específica para liberar esa parte de mí que sufría. Así, comencé un proceso de reconciliación y liberación de mi sombra, a tal grado que le pedí  fuera mi guardaespaldas. Su figura era animalesca y cuidaba un flanco mío. Su temperamento era acorde con su apariencia, pero al menos no estaba ya atada, sino que participaba en mi vida cotidiana.

Posteriormente, cuando conceptualicé que si mi sombra lastimaba a alguien , yo recibía un daño similar (ya que todos somos todo), mi sombra comenzó un proceso –de nuevo– de trasformación en donde toma una apariencia humana: es más fuerte , grande y rápido que yo, y por tanto es el guardaespaldas ideal, porque ya no tiene el impulso animal de antes. Por el contrario, se ha sofisticado de tal manera que ahora puede protegerme desde más de un flanco. Éramos los dos contra el mundo.

Este modelo funcionó por un tiempo, hasta que ambos (mi sombra y yo) nos dimos cuenta que nos hacía sufrir. Un niño interno no debe estar a cargo de un adulto, y una sombra no debe dedicarse a proteger al ego. Porque entonces eso querría decir que el mundo siempre es un lugar amenazante y que si mi sombra no me protegía,  ambos quedábamos al garete. Eso era muy perturbador y deprimente, porque nos cortaba casi todos los vínculos con  los demás. Nos amargaba.

Ahora estamos en un proceso de consolidación diferente: mi sombra tiene mi aspecto, luce como yo en casi todo, es muy complicado distinguirlo, cuando más tiene mi cicatriz en la sien del otro lado. Trato de que ya no sea mi guardaespaldas, que ahora se dedique a llevar el ritmo de mis canciones internas (le encantan las percusiones) cuando medito.

Estamos en eso, por lo pronto, cuando cantamos, usa los hombros donde -todavía- carga las armas para defenderme, como guías para tocar los timbales de nuestros ritos.

Es un soldado que regresa a casa, al hogar, a arar la tierra, a sentarse junto al fuego tierno a platicar con mi niño interno, mi parte femenina y este ego que escribe. Todavía tenemos los dos síndrome post traumático de la guerra, pero nos encanta la buena música y la buena compañía.

Vamos a ver….

1 comentario:

  1. Gracias por compartir, interesante punto de vista. No dejo de sentirlo complicado pero es parte del camino supongo.
    Gracias y Bendiciones.
    Kan

    ResponderEliminar